Un martes de febrero en Alaior , aproximadamente el reloj marca las cuatro y cuarto de la tarde, tras unas semanas de frío el sol asoma por las estrechas calles de la tercera ciudad de la isla, digo tercera porque en ella habitan algo menos de 10.000 personas, no se ven, estarán en casa y el que aún lo tenga, trabajando.
No pasa nadie, no pasa nada, entre una cosa y otra tengo algo más de una hora hasta el próximo asunto, decido deambular en lugar de tomar un café que en realidad no me apetece, me dejo llevar por las calles, finalmente ubico mi campo de acción en quince metros de una calle como otra cualquiera, para dar una idea diré que es muy silenciosa y parece que no es muy transitada, tiene una pendiente pronunciada, recibe luz solar de color invierno por la tarde, sin una fragancia concreta.
Unos instantes y amanece, mujeres y niños, bolsas de plástico y de las otras, perros, cigarrillos y abrigos,....un pequeño rincón, un hallazgo, la novedad y el examen en positivo por la senda de la paciencia y el indagar.
No pasa nadie, no pasa nada, entre una cosa y otra tengo algo más de una hora hasta el próximo asunto, decido deambular en lugar de tomar un café que en realidad no me apetece, me dejo llevar por las calles, finalmente ubico mi campo de acción en quince metros de una calle como otra cualquiera, para dar una idea diré que es muy silenciosa y parece que no es muy transitada, tiene una pendiente pronunciada, recibe luz solar de color invierno por la tarde, sin una fragancia concreta.
Unos instantes y amanece, mujeres y niños, bolsas de plástico y de las otras, perros, cigarrillos y abrigos,....un pequeño rincón, un hallazgo, la novedad y el examen en positivo por la senda de la paciencia y el indagar.
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